Méjico es una mujer al despertar.
En el albor de un nuevo día, su silueta se perfila, recortada sobre la tenue luz del horizonte de un modo casi divino.
Las sábanas se enredan con sus piernas no queriendo dejarla marchar. El alba avanza extendiéndose sobre su piel. Resbalando suave por sus hombros.
La calidez del sol que va naciendo en su cima, contrasta con la frescura que irradia su cabello, con la dulce y agradable sombra de sus ojos.
Méjico es una mujer de labios carnosos y entreabiertos, a través de los cuales se percibe una sonrisa de puma. Y es eso.
La garra, la fuerza, la pasión, el corazón, la casta… Eso que sólo una mujer, o sólo Méjico podrían tener.
Abrazadla y podréis aspirar su aroma salvaje. Ese olor selvático y envolvente. Pareciera que su mirada, siempre oscura, se volviera verde y tierra, hoja y suelo al contemplarla fijamente.
Conforme el día avanza, la elegante figura se mueve, respira, vive…
Las nubes se apartan a su paso. Las estrellas se impacientan por entrar en escena, quieren verla, quieren estar cerca de ella. Méjico es entonces la mujer a quien no cesar de amar. Y ojalá fuera yo sastre del cielo, para recoger a las nerviosas estrellitas y hacer un vestido con ellas. A la manera de las simpáticas lentejuelas. Para que pudieras ponértelo al vencer la tarde. Para que pudieras bailar con él puesto. Así, siempre sería de fiesta.
Silencio. Que la noche cae. Y la mujer duerme. Suave respira. Las sábanas lucen felices de tenerla otra vez entre sus brazos. La selva permanece en calma, apaciguada. Las estrellas se relajan. La luna mira enamorada, suspira y se reclina en su asiento,
Tras las junglas y los pumas, y bajo la piel morena y el cabello, subsiste el tesoro por el que tantos habrían muerto. El corazón de la reina. Redondo y con mil pétalos. ¿Quién fuera digno, Méjico, de poseer la Dahlia que ocultas bajo el pecho?
Fdo: Una española
En el albor de un nuevo día, su silueta se perfila, recortada sobre la tenue luz del horizonte de un modo casi divino.
Las sábanas se enredan con sus piernas no queriendo dejarla marchar. El alba avanza extendiéndose sobre su piel. Resbalando suave por sus hombros.
La calidez del sol que va naciendo en su cima, contrasta con la frescura que irradia su cabello, con la dulce y agradable sombra de sus ojos.
Méjico es una mujer de labios carnosos y entreabiertos, a través de los cuales se percibe una sonrisa de puma. Y es eso.
La garra, la fuerza, la pasión, el corazón, la casta… Eso que sólo una mujer, o sólo Méjico podrían tener.
Abrazadla y podréis aspirar su aroma salvaje. Ese olor selvático y envolvente. Pareciera que su mirada, siempre oscura, se volviera verde y tierra, hoja y suelo al contemplarla fijamente.
Conforme el día avanza, la elegante figura se mueve, respira, vive…
Las nubes se apartan a su paso. Las estrellas se impacientan por entrar en escena, quieren verla, quieren estar cerca de ella. Méjico es entonces la mujer a quien no cesar de amar. Y ojalá fuera yo sastre del cielo, para recoger a las nerviosas estrellitas y hacer un vestido con ellas. A la manera de las simpáticas lentejuelas. Para que pudieras ponértelo al vencer la tarde. Para que pudieras bailar con él puesto. Así, siempre sería de fiesta.
Silencio. Que la noche cae. Y la mujer duerme. Suave respira. Las sábanas lucen felices de tenerla otra vez entre sus brazos. La selva permanece en calma, apaciguada. Las estrellas se relajan. La luna mira enamorada, suspira y se reclina en su asiento,
Tras las junglas y los pumas, y bajo la piel morena y el cabello, subsiste el tesoro por el que tantos habrían muerto. El corazón de la reina. Redondo y con mil pétalos. ¿Quién fuera digno, Méjico, de poseer la Dahlia que ocultas bajo el pecho?
Fdo: Una española